lunes, 16 de julio de 2007

Esperar valió la pena


Esfuerzo, garra, empeño, fuerza y pasión son sólo algunas de las cualidades que bañan a Luis Scola, quien, después de las superestrellas argentinas en la NBA que en vano nombraremos, es el jugador de básquet más constante y talentoso con el que cuenta Argentina.
Llegar a la NBA es, para quienes practican dicho deporte, lo máximo, el “sueño del pibe”. Claro que lograrlo es muy complicado, no sólo por las trabas competitivas, sino también por las económicas. De eso sí que sabe Scola, quien a pesar de brillar desde sus comienzos en Ciudad y Ferro, y convertirse en el jugador más valioso de Europa jugando para el TAU tuvo que esperar mucho para llegar a la meca del deporte, a ese monstruo de marketing y magia que enmudece a EEUU y al mundo.
Pero, frase hecha, el futuro es hoy. El futuro de Luis en la NBA es presente. No en San Antonio Spurs, dueño de sus derechos, que se pierde de teñir la cancha de celeste y blanco por completo, sino en Houston Rockets, que cuenta, entre otras figuras, con el King Kong chino Yao Ming. El viernes, el argentino, luego del aval de los Rockets, se decidió y pagó la cláusula de salida de tres millones de dólares (500 mil corren por cuenta de los texanos) para cerrar la llegada a la liga estadounidense.
Scola estaba casi resignado a que “la gran ciudad” del básquet no era para él: siempre quedaba a un paso, pero nada. Algo de esa falta de reconocimiento tiene relación con lo poco que se tiene en cuenta la constancia y la destreza con que cuenta en su juego y en su vida de jugador. Fue el primero en dar el sí para el preolímpico de Las Vegas, y lejos de volverse atrás por la negativa de los demás campeones del oro, contrató un personal trainer para llegar a punto a la concentración en Bahia Blanca.
El básquet no se cansa de ver desfilar ejemplos de lo deportivo, de la belleza, del impulso amoroso que provoca tomar al deporte como un oficio de por vida. Hoy (subjetividad aparte) Scola esta primero en el ranking. Bienvenida sea la alfombra roja que tendría que haber llegado hace mucho... mejor hoy que nunca.
Por Agustina Jaurena

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